Hoy es viernes y son las 7:00 de la mañana, por
nuestra salud debemos tomar todas las precauciones y una de ellas es ir una
sola vez a la semana de compras para no ser contagiadas con el covid19.
Llegamos al mercado, hoy no hay mucha gente, sin embargo, los rostros de los
comerciantes se ven tranquilos tal vez vendieron lo suficiente y por ahora no
se quedarán con la mercadería, como en otras ocasiones.
Pero hoy…
no es un día cualquiera, hoy… este mundo, esta realidad me presento un niño y
me quede observando detenidamente a ese futuro hombrecillo de 2 a 3 años de
edad, su mamá es una estoica negociante de verduras. Mientras su mamá
apresurada arreglaba las cebollas, las papas, la pimienta entre otros,
restableciendo el orden tras el desorden que dejan los compradores en su
puestito de vida, él niño iba como un vaivén de esa vida de un lado a otro aterrizando
en el puesto de alado, supongo que es amiga de su mamá quien vendía papas de
todos los tamaños y variedades.
Él niño con una inocencia inmune a este desigual
mundo se acercó a la señora, llevaba una bolsa negra y en ella tenía una
botella de quinua y en una bolsa transparente sostenía el pan, él tenía hambre,
se acercó a la señora para pedirle que abriera su botella, ella respondió como
una madre universal, madre de sus propios hijos y madre de los demás hijos del
pueblo, cedió y abrió la botella, agarro cuidadosamente el pan con la bolsa, en
el rostro de aquella señora podía observar cansancio, tristeza pero también
esperanza es por eso que cuidaba al niño
mientras él comía, ella cuidaba que no se le cayera el pan, cuidaba que no se
le cayera la botella de quinua porque también como madre sabe que los hijos pueden
ser mejores hombres. Tras unos minutos, finalmente termino de desayunar el
niño. De pronto el niño con la barriguita llena se dirige al puesto de su mamá
y va directo a su cuna formada por un montón de costales, que el pequeño cuerpecito
desaparece y aparece, cuando de pronto se levanta con prisa empujado por sus
sentimientos y va corriendo a la amiga de su mamá, en su mano llevaba una
bolsita de caramelo, el cómo todo niño dulce y feliz intenta invitarle su único
caramelo, le pone en la boca y ella lo rechaza, le rechaza pero con sentido
común , porque ella sabía que había un solo dulce y que en estos tiempos no se
puede convidar y con ternura y sutileza le dice “hijo cómelo tú, a mí no me
gusta”. El niño como todos los niños, y el caramelo como todos los caramelos
termino en la boca del pequeño.
A los pocos minutos, el niño sale del puesto de su
mamá y pronto empieza a recorrer otros puestos cada vez más distantes, se da
una vuelta y regresa, y vuelve a perderse su pequeño cuerpecito entre los
costales y nuevamente se levanta con un entusiasmo galopante para jugar, esta vez tenía dos carros en la
mano, lo curioso de esto es que uno de sus carros era una réplica de una moto
carga instrumento de trabajo de su papá, el niño en su juego imita lo que sus
padres hacen cargar y descargar mercadería y
tal vez algún día, esta imitación se volverá realidad.
A su corta edad, va mimetizándose, va asimilando
el arduo trabajo de su madre, aquella mujer de talla mediana, contextura
gruesa, de rasgos andinos vestida con un polo que cubre la mitad de su barriga,
provocándolo la molestia de ir jalando esta prenda cada minuto tratando de mantener
cubierto su barriga, una mujer joven de aproximadamente 30 años, que en su mirada refleja tristeza y cansancio, pero ella trata de
ocultarlo con una ligera sonrisa, que no es de alegría sino más bien son
modales del mercader que siempre debe mostrar buena cara a sus caseras. Todo
por el pan de cada día. Ese pan que se gana con sudor y lágrimas reales, no el
pan ideal de dios pregonado por las iglesias.
“Abrimos los ojos y nos
encontramos con un mundo con jerarquías de los que tienen y no tienen y con esa
percepción a veces nos quedamos, renunciando a todo tipo de cambio”
Por: La Julia
0 comentarios:
Publicar un comentario