24 de mayo de 2020

EL NIÑO FELIZ DEL MERCADO INFELIZ

Hoy es viernes y son las 7:00 de la mañana, por nuestra salud debemos tomar todas las precauciones y una de ellas es ir una sola vez a la semana de compras para no ser contagiadas con el covid19. Llegamos al mercado, hoy no hay mucha gente, sin embargo, los rostros de los comerciantes se ven tranquilos tal vez vendieron lo suficiente y por ahora no se quedarán con la mercadería, como en otras ocasiones.

Pero hoy… no es un día cualquiera, hoy… este mundo, esta realidad me presento un niño y me quede observando detenidamente a ese futuro hombrecillo de 2 a 3 años de edad, su mamá es una estoica negociante de verduras. Mientras su mamá apresurada arreglaba las cebollas, las papas, la pimienta entre otros, restableciendo el orden tras el desorden que dejan los compradores en su puestito de vida, él niño iba como un vaivén de esa vida de un lado a otro aterrizando en el puesto de alado, supongo que es amiga de su mamá quien vendía papas de todos los tamaños y variedades.
Él niño con una inocencia inmune a este desigual mundo se acercó a la señora, llevaba una bolsa negra y en ella tenía una botella de quinua y en una bolsa transparente sostenía el pan, él tenía hambre, se acercó a la señora para pedirle que abriera su botella, ella respondió como una madre universal, madre de sus propios hijos y madre de los demás hijos del pueblo, cedió y abrió la botella, agarro cuidadosamente el pan con la bolsa, en el rostro de aquella señora podía observar cansancio, tristeza pero también esperanza es por eso que cuidaba  al niño mientras él comía, ella cuidaba que no se le cayera el pan, cuidaba que no se le cayera la botella de quinua porque también como madre sabe que los hijos pueden ser mejores hombres. Tras unos minutos, finalmente termino de desayunar el niño. De pronto el niño con la barriguita llena se dirige al puesto de su mamá y va directo a su cuna formada por un montón de costales, que el pequeño cuerpecito desaparece y aparece, cuando de pronto se levanta con prisa empujado por sus sentimientos y va corriendo a la amiga de su mamá, en su mano llevaba una bolsita de caramelo, el cómo todo niño dulce y feliz intenta invitarle su único caramelo, le pone en la boca y ella lo rechaza, le rechaza pero con sentido común , porque ella sabía que había un solo dulce y que en estos tiempos no se puede convidar y con ternura y sutileza le dice “hijo cómelo tú, a mí no me gusta”. El niño como todos los niños, y el caramelo como todos los caramelos termino en la boca del pequeño.

A los pocos minutos, el niño sale del puesto de su mamá y pronto empieza a recorrer otros puestos cada vez más distantes, se da una vuelta y regresa, y vuelve a perderse su pequeño cuerpecito entre los costales y nuevamente se levanta con un entusiasmo galopante  para jugar, esta vez tenía dos carros en la mano, lo curioso de esto es que uno de sus carros era una réplica de una moto carga instrumento de trabajo de su papá, el niño en su juego imita lo que sus padres hacen cargar y descargar mercadería y  tal vez algún día, esta imitación se volverá realidad.

A su corta edad, va mimetizándose, va asimilando el arduo trabajo de su madre, aquella mujer de talla mediana, contextura gruesa, de rasgos andinos vestida con un polo que cubre la mitad de su barriga, provocándolo la molestia de ir jalando esta prenda cada minuto tratando de mantener cubierto su barriga, una mujer joven de aproximadamente 30 años, que  en su mirada refleja  tristeza y cansancio, pero ella trata de ocultarlo con una ligera sonrisa, que no es de alegría sino más bien son modales del mercader que siempre debe mostrar buena cara a sus caseras. Todo por el pan de cada día. Ese pan que se gana con sudor y lágrimas reales, no el pan ideal de dios pregonado por las iglesias.

“Abrimos los ojos y nos encontramos con un mundo con jerarquías de los que tienen y no tienen y con esa percepción a veces nos quedamos, renunciando a todo tipo de cambio”

Por: La  Julia


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