18 de diciembre de 2012

Esta es nuestra tierra la que esta metida, en nuestras entrañas y jamás dejaremos de recordarla y quererla



Hoy después de muchos años nos encontramos sentados en el viejo poyo, frente de la cocina y nuestra mirada se pierde por los verdes cerros del Ututo, llega a mi memoria muchos recuerdos pero estos recuerdos son ejemplos vivos de mi amor, de mi gran amor por mi tierra, que me llena de orgullo y melancolía que se estremece en mi cuerpo, el corazón se me retuerce, pero no mata en mí, el sentimiento de alegría, de poder hoy ver esta película de nuestras vivencias, bien vale la pena narrarlo pero desde adentro desde lo vivido, desde lo trajinado ampliamente sin distorsiones, de ese gigantesco crisol en que hierve la vida y que las historias tejidas por los hombres desde la costa, a veces lo desmerecen al referirse a este escenario natural y misterioso como son nuestros pueblos serranos.

Pero en nuestros recuerdos siempre hay pasajes de dura realidad, también de vivencias de fuerte colorido, cuyos múltiples detalles, expuestos por cada uno, van pintando nuestras propias posiciones personales describiendo así, lo existido a las nuevas generaciones. 

Hoy mirando todo los verdes cerros que rodean a nuestro pueblo, se nos viene todo a la mente desde nuestra niñez, cuando nos levantábamos muy temprano al primer canto del gallo para tomar el cushal de papas, para luego partir a la chacra montados en el burro shapra, rumbo a Toldobamba a Muchugran o tal vez a Aulla, porque no, a Majada, Llamacocha, o la Vaqueria o al barbecho de Lijadero, nuestros hermanitos menores, puestos sus ponchos marrones de lana de oveja teñidos en nogal y a la vez desteñidos por el tiempo, corrían adelante de Papá...

Todos tras del shapra, que cargaba el arao, amarrado del aparejo, arrastrando el timón que iban rayando el polvoriento camino y con su sonido puro casi virginal característico de los pueblos que trabajan la tierra y viven del campo.

El hermano mayor y la minga, ya están trayendo la yunta. Ellos se han adelantado temprano para que los bueyes coman y estén listos para arar.

Muy pronto llegamos a la chacra, Papá y la minga echan su bolo, con las hojitas mágicas de los andes y la mística cal de las entrañas de los cerros, para llenarse de energías y así empezar la faena. Ya han llegado los bueyes se tiene que unsir, dos hombres toman las viejas y duras coyuntas, y ponen el rojizo yugo domador sobre la nuca de los bueyes dando muchas vueltas las coyuntas en los cuernos y en seguida ponen el timón en el balsón y el guiador tiene que poner la clavija.

Se empieza a barbechar, el sembrador con una mano agarra el arao y con la otra mano la garrucha y con su grito característico hacen avanzar a la yunta que abren los surcos en la fértil tierra, los demás peones con la puntilla o la picota van tras del arador volteando las champas, removiendo los terrones. 

Tiempos aquellos como poder olvidar cuando mirábamos al sol que se ubicaba en el centro del cielo, y sin temor a equivocarse ya eran las doce del mediodía, nuestros cuerpos debilitados por el esfuerzo físico y el calor, volteábamos a cada rato la mirada hacia el camino por donde vendrían las locreras, que al solo verlo te llenabas de alegría y de fuerzas para seguir trabajando y ellas al llegar traían el sustancioso y sabroso shambar con su carán de chancho al centro, de segundo sus alverjas revueltas con papa, y nunca faltaba la cancha ni el shinte, siempre preparado por manos campesinas.

…Ver a la locrera era sentir una alegría esperada, generadora de  ánimo, al verla venir puesto su sombrero blanco, con su cinta negra, cargando su pullo con las ollas, envueltas cuidadosamente con las oscuras quepinas, hilando con su rueca a la cintura, la lana de color hoque, deslumbrando con el  arte de sus dedos el gran baile del uso versus el tortero.

De allá de la otra loma nos llama don Negro Mario para preguntar si tal vez han visto su burro jobero y sus caballos, ¡Él no sabe que sus animales dañinos están en su chacra de papas de don Mono Arcadio!.

Y por arriba por loma del viento se escucha los ladridos de los perros  y por todas partes se armonizan, de cerca… a lo lejos las melodías de los silbidos, que corean huaynos serranos ¡Qué alegría de nuestros hermanos campesinos!

Llega la tarde unos regresan al pueblo otros se quedan en los pequeños ranchos se improvisa la tullpa, para cocinar, o calentar la merienda, acompañado de su café de cebada quemada...

Escribir en estos momentos, es querer perennizar en Mí, los momentos imborrables de la siembra, cuando puestos la alforja de multicolores, lleno  de semillas, íbamos tras el arador esparciendo la papa, el trigo, la cebada, la alverja o el maíz  uniformemente en la chacra... ¡Qué experimentados sembradores!

Después de la siembra pronto se volverá a desyerbar o tirapar y cutipar la chacra,  para dejarlo sin malas yerbas y así garantizar una buena cosecha. Si es de la papa es toda una tradición, todo el pueblo llegaba a sus chacras con su peara de burros para llevar la abundante y diferentes variedades de papa, sacados de cada surco, en donde los más pequeños muchachitos, en una sana competencia buscabamos alegres el cusay. ¿Pero no saben en donde había bastantes cusayes? ¡En el Purun del hermano mayor… en donde más!

Si cosechábamos el trigo o la cebada, todos  con su josin a segar, luego a enfardelar el tercio para llevarlo a la parva, que ha sido preparada con un mes de anticipación aplanándolo con el mazo de palo.  Luego otros palliquean las espigas dispersas en el rastrojo para que no se pierda nada. En seguida se amarran las bestias para trillar la parva donde se disuelve el grano de la espiga, después de este ritual  empezaremos a ventear con la horqueta y con la ayuda de la pala se separara el grano de la paja, siempre con complicidad del fugaz viento, que algunas veces nos traicionaba obligándonos a dormir en la parva dentro de la paja gruesa.

Pero…que momentos, que hermoso para nuestra infancia era quedarse a dormir en la parva. Por las noches contemplabas el cielo despejado, contabas las  estrellas hasta quedarte dormido, distinguías las figuritas formadas por ellas mismas, que la abuela, siempre decía… ese es el río Jordán.

Aclarando el día escuchabas el trinar de los pajarillos, sus hermosas melodías como de la pichuchanca, el chiguisho, el cargache, el picaflor, los jilgueros, el huaychao, las tortolas, etc.

Ya llego la mañana vamos a traer el agua cristalina del puquio, para preparar la panisara con papas peladas y bastante ají para el frío.

Así trascurre la vida en el seno de nuestro pueblo, los acontecimientos devienen armoniosamente y adquieren tonalidades especiales, la praxis en nuestro pueblo engendran entre los humanos un trato de “corazón a corazón”.

Estar en la chacra uno internaliza la naturaleza se siente parte de ese misterio  y curioseas imaginablemente lo indefinido, tras de cada fenómeno natural, experimentas  lo enigmático de ella, logrando coexistir en un todo.

Pero los cuentos ancestrales en el pueblo, deliran terribles presagios al escuchar el canto de aves malagüeras, como  la paca-paca, que escalofría el cuerpo al más oriundo poblador, o el guergosh que surcan juntos con el alma el cielo, o el tuco que canta cerca de la casa del que va a morir. Presagios que nos manda la naturaleza a los hombres que anuncian  la muerte del paisano.

¡Cho… dicen que el chushek viene del barrio en el hombro del muerto, por el camino de los tramposos, y se va al panteón!

Y seguramente en el pueblo hoy mismo, habrá carrashpo, donde por tradición se acompaña y das los pésames a los dolientes. En la casa del difunto, todos echaran su bolo, habrá mucha coca, cal para los checos y alcohol para el caliente gro, para todos los acompañantes durante toda la noche. También se contaran cuentos e historias de muertos más escalofriantes que producirán miedos incontenibles… esos miedos que no son más que miedos a nosotros mismos…

Pero felizmente para varear habrá algunos chistes para mayores y chismes de las brujas y curanderas malévolas y así entre catarsis amanecía, hasta comer la mazamorra de Chiclayo y el caldo de vaca, que eran señales de haber cumplido.  Porque mañana será el entierro, donde todos lloran por las calles, camino al panteón en medio de cánticos cristianos y melodías hirientes de una banda de músicos, que a través de sus instrumentos expresan el dolor del alma, que contagia el dolor ajeno, y lo culminante  es que en cada esquina se repite el responso del cantor acompañado de su  agónico violín, a lo lejos queda solo el silencio total y la tristeza se eleva al cielo azul, cerca del sol casi ausente y desde lejos se contempla a un pueblo unido tras del féretro camino al final... la tumba...

Pueblo serrano, pueblo mágico, muchas cosas hemos vivido hermanos, retomemos la mirada a ese pueblo lleno de recuerdos milimétricos, como aquellos cuando saltábamos la pirca, de los corrales para sacar cañas, choclos, las uvas negras del saúco, o los purpuros verdes en lo alto de los alisos. En donde mañana más tarde,  desaparecíamos con la enamorada, debajo del Shiraj, al costado de la pachalanga en el caserón viejo lleno de shailes o ¡Cómo no recordar sitios fuera del pueblo! En donde nos veíamos las caras tras coincidencias y necesidades biológicas sanas, convertidas hoy en nostalgias verdaderas.

Allá, el tiempo no se media por lo que marcaban los relojes o fijaban los calendarios. Los segundos, los minutos y las horas  se remplazaban con sucesos. Así nadie se citaba a tal o cual hora, para tal o cual fecha. Si … no al primer canto del gallo, a la salida o puesta del sol, a la hora de la merienda, o para navidad, semana santa o para fiesta de septiembre, o a partir desde que parió la vaca, de la última cosecha de habas, desde que llego fulano o desde que murió zutano, etc. ¡E ahí nuestras referencias! 

Esta es nuestra tierra la que conocemos a fondo y que esta metida, en nuestras entrañas y jamás Dejaremos de recordarla y quererla hasta el último día de nuestra mismísima muerte. Pero seguirá recordada también por nuestras nuevas generaciones todo dependerá mucho de nosotros hacerla querer y respetarla o también odiarla y olvidarla.


Por: Carlos Rodriguez A.



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