Llegó la semana santa en nuestro pueblo Conchucos. Pasión, muerte y resurrección. Enorme es la “anda”del señor cargados en hombros de los hombres de blanco o “varones santos”. Música celestial que se canta en nuestra iglesia. Trompetas que lloran al viento, fúnebres melodías que entonan un lamento y tambor que retumba en los corazones conchucanos. Letras profundas cantadas con sentimiento por las religiosas conchucanas. Nube de incienso que perfuma y un sendero de cirios que alumbran las calles. Luz eterna y temida oscuridad. El toque de campana.
Domingo de Ramos. Jesús a su entrada montado en un burrito bien perfumado, por el camino marcado por las palmas de las decenas de niños que nos anuncian su llegada. Le sigue un mar de Lágrimas y Favores, Jesús a su paso por las calles de nuestro pueblo arropado por los miles de conchucanos que se congregan en nuestra plaza. Viernes santo nos hace recordar donde dos soldados escoltan a Jesús en el momento en el que Pedro le niega por tercera vez ante un dedo acusador; canta el gallo y su discípulo recuerda las palabras del Maestro mientras derrama lágrimas, las que se deslizan por la cara del Dulce Nombre de María.
Las procesiones son largas, con sus varones que caminan con el pie descalzo, con su trono del señor majestuoso, y sobre todo lo que hace más bonitas las procesiones es el recorrido por todo el casco histórico, con sus calles empedradas, su alumbrado imitando un concurso de velas, le da un cierto aire diferente a las demás procesiones de otros pueblos de alrededor. Además, la gente que viene de “fuera” para pasar unos días tranquilos con familiares y amigos, convierten al pueblo en esos días en un hervidero de encuentros, y ya de paso respirar ese aire tan típico nuestro en donde se mezclan el olor a oliva, el olor a incienso y por supuesto el olor al chocho, la miel de higos, y sus dulces panecillos que por ser estas fechas es plato típico.
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